En las últimas semanas se han divulgado dos estudios relevantes para entender los cambios a los que se enfrenta el mundo de la movilidad. Por un lado, se han difundido los resultados de la primera encuesta a nivel europeo sobre la percepción de las personas respecto del uso de vehículos autónomos. Por otro lado, un fabricante de vehículos tradicionales, Renault, ha mostrado los resultados de un estudio con el que demuestra la diferencia abismal entre el nivel de emisiones contaminantes de los vehículos tradicionales de combustión y los nuevos vehículos eléctricos.

Renault acaba de publicar un estudio comparativo de la contaminación producida por los distintos tipos de vehículos considerando todas las emisiones producidas tanto en la extracción de gas o generación eléctrica, como las debidas al transporte de la fuente de energía y la debida a su propia utilización. En los últimos meses ha habido numerosas voces interesadas en el mantenimiento de la actual industria de automoción que han puesto un duda la limpieza de los coches eléctricos. Su argumento se ha basado en la supuesta contaminación de la generación eléctrica.

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El estudio de Renault compara las emisiones de un Clio TCe (gasolina), un Clio dVI (diésel) y un Zoe (eléctrico), tres coches de similares características dentro de la marca francesa. El coche eléctrico tiene cero emisiones en marcha pero la electricidad que consume puede haber requerido un proceso contaminante en su generación. El estudio analiza cuántas son esas emisiones dependiendo del país europeo en el que se recargue y suponiendo que el vehículo se recarga mediante una red de distribución con generaciones agregadas. En un país como Polonia, con grandes centrales de carbón, un vehículo eléctrico contamina más que en un país como Noruega donde la mayor parte de la energía eléctrica se obtiene gracias a energías renovables y centrales hidráulicas.

En un país de término medio, como es el caso de España, un vehículo eléctrico es tres veces más eficiente que un vehículo a gasolina o un vehículo diésel. Y eso sin contar con la posibilidad de que el usuario del vehículo pueda tener su propia fuente de generación renovable, lo cual eliminaría la contaminación en generación.

Aunque en el estudio de Renault no se menciona, no deberíamos olvidar tampoco la localización de las emisiones. Mientras que las emisiones en marcha del vehículo eléctrico son cero, la mayor parte de las emisiones de los vehículos de combustión se producen durante la marcha. Traducido: una ciudad como Madrid (que está sufriendo una contaminación muy dañina para la salud de sus habitantes debido a los vehículos de combustión) no soportaría ninguna emisión debido al transporte por carretera si solo permitiera circular vehículos eléctricos, puesto que sus emisiones se producirían exclusivamente en la generación, fuera de la ciudad.

Las encuestas publicadas sobre la percepción de las personas respecto del uso de vehículos autónomos reflejan, por encima de sus propios resultados, la inclusión de el concepto de la movilidad autónoma en nuestra cultura y en nuestro vocabulario diario. Nos empezamos a acostumbrar a hablar de vehículos autónomos, ausencia de conductor, movilidad para personas que no saben conducir…

Las encuestas reflejan también grandes diferencias entre países europeos en lo referente a la aceptación del vehículo autónomo. Mientras que en los países nórdicos y centroeuropeos lo menos aceptable es la pérdida de privacidad que supone para los usuarios el estar siendo transportado por un vehículo que puede ser controlado o monitorizado remotamente, en otros países como España los usuarios son más reticentes al uso de vehículos autónomos por su desconfianza hacia la propia tecnología. Al valorar estas encuestas, no obstante, hay que tener en mente siempre la influencia de ciertas marcas de automóviles en determinados países. Volvo lleva más de un año lanzando mensajes de sus desarrollos de autopilotaje en vehículos de su marca; Daimler ha ofrecido en 2017 avances publicitarios de cómo será la experiencia de usuario de una conducción autónoma; por tanto, no sorprende que los ciudadanos de Suecia o Alemania tengan más confianza en ese tipo de vehículos que los de otros países donde las marcas de vehículos no han hecho ningún tipo de avance.

No obstante, ambas reticencias (pérdida de privacidad y desconfianza en el vehículo) van a ser, sin duda, dos muros a superar por quienes quieran ofrecer productos o servicios en el mundo de la movilidad avanzada. La segunda se resolverá con pruebas, supervisión de vehículos y bajos índices de accidentalidad. La pérdida de privacidad presenta otro tipo de dificultades. En la conducción tradicional hay una falsa sensación de que circulamos libremente sin que nadie nos vigile. En realidad, tanto la supervisión de las carreteras de alta capacidad como la continua monitorización de los dispositivos móviles que todos llevamos encima para uso personal hacen que ya estemos vigilados de facto. Las cámaras de las autopistas son capaces de detectar las matrículas de los vehículos en tiempo real; esa información que hoy en día se utiliza principalmente para determinar la velocidad media de un vehículo en un tramo controlado de autopista con el objetivo de poner multas monitoriza nuestros trayectos y nuestros hábitos.

Más lejos va, sin duda, la monitorización de nuestros teléfonos móviles. Las operadoras de telefonía móvil llevan ya años vendiendo los datos de nuestros desplazamientos de forma «anonimizada» con el objetivo de que los compradores de esos datos puedan hacer estudios sobre la forma de moverse y los hábitos de los usuarios de los teléfonos. Los datos se anonimizan eliminando la referencia de los nombres, el DNI y el propio número de teléfono, pero el resto queda ahí; al final si uno de esos compradores de datos sigue la ruta de un teléfono móvil que parte todas las mañanas de una casa para ir a un centro de trabajo, lo de menos es el nombre.

Recientemente una compañía de dispositivos geolocalizadores realizó una presentación en un congreso de transporte inteligente en la que se jactaba de su capacidad de usar cientos de miles de dispositivos para estudiar la movilidad de sus usuarios. Contrastado con varios de los usuarios de esos dispositivos, ninguno de ellos es consciente de tener firmado un contrato con la compañía para ceder sus datos.

El problema de la pérdida de privacidad no es una novedad con los vehículos autónomos pero, posiblemente, el mensaje se reforzará por parte de los detractores de dichos vehículos.

IBON ARECHALDE