El proceso de digitalización de las distintas actividades de la Administraciones Públicas está permitiendo, entre otras cosas, controlar mediante infraestructuras inteligentes aquellos elementos que mantienen en funcionamiento una ciudad. Desde hace varios años existen soluciones para controlar el sistema de aguas y desagües, se pueden controlar los consumos eléctricos, se pueden controlar los semáforos de manera centralizada, se pueden controlar los accesos de determinado tipo de vehículos en zonas restringidas… En cualquier lugar en el que haya capacidad de suministro eléctrico es factible supervisar un elemento. En algunos casos, usando ciertas tecnologías IoT (Internet of Things) ni siquiera es necesaria esa alimentación eléctrica aunque, en ese caso, la capacidad de conectividad puede quedar muy limitada en tiempo y volumen de información.

En Marzo de 2020 muchos responsables municipales no fueron capaces de asegurar cómo estaba funcionando aquello que debían controlar por falta de conectividad. En este inicio de 2021, una vez superada la desconexión inicial fruto de la pandemia del COVID-19, la conectividad se ha convertido en una necesidad básica y el concepto de Smart City ha pasado de ser un deseo bienintencionado a ser un objetivo imprescindible.

No todas las ciudades están igual de preparadas pero, incluso aquellas más avanzadas, se van a enfrentar a dos grandes retos:

  1. Cómo integrar todas sus fuentes de información en un solo contenedor
  2. Cómo conectarse con los elementos que no están enchufados

 

El primer reto es sencillo de plantear pero difícil de resolver: una ciudad requiere un sistema capaz de integrar múltiples elementos que se han conectado de manera descoordinada a lo largo del tiempo y requiere que los nuevos elementos que se sumen al sistema ayuden a la homogeneización del sistema.

El estado actual de las plataformas de gestión de las Administraciones Públicas es fruto de una evolución desigual en los ámbitos tan variados que debe abordar un Ayuntamiento. Las licitaciones de distintas áreas de un municipio raramente se coordinan para homogeneizar los requisitos de conectividad de los elementos que adquieren; los proveedores de esos elementos son empresas enfocadas a distintos sectores, con soluciones muy dispares entre sí. Las tecnologías que se usan para la conexión son adecuadas para cada necesidad, pero son incompatibles entre sí. Solo hay que ver las diferencias entre un sistema de control de tráfico y el sistema de control de basuras o el de control del agua.

Lograr cierta homogeneización requiere de expertos en protocolos de comunicaciones, protocolos de datos y sistemas en la nube. Mientras este tipo de perfiles no participen en la definición de los requisitos de un sistema, será imposible una digitalización eficiente. Una opción habitual en muchas licitaciones es dejar las especificaciones abiertas para dar la oportunidad a la presentación de soluciones novedosas pero, en la mayor parte de las ocasiones, las especificaciones se dejan abiertas porque se desconoce cómo concretar. La necesidad de personal formado en procesos de digitalización es urgente en las Administraciones Públicas ya que, cada decisión tomada ahora repercutirá en el sistema durante muchos años y cada adaptación necesaria en el futuro requerirá un coste extra.

Por contra, hoy en día sí está interiorizado el uso de Open Data en el ámbito público. Se realiza un esfuerzo por publicar más información y esa información se debe publicar de manera estructurada. El problema es que generar información en Open Data a partir de sistemas heterogéneos implica un gran esfuerzo de estructuración de la información. Desde las entidades de normalización, como AENOR en España, se está haciendo una gran labor en este intento de homogeneización con normas como la UNE 178301 de Open data, la UNE 37120 de desarrollo sostenible en las ciudades​, la UNE 178303 de gestión de activos de la ciudad o la UNE 178104 de sistemas integrales de gestión. De nuevo, lo importante es tener gente en las Administraciones capacitada para ser capaz de aplicar estar normas en el día a día.

 

El segundo reto expuesto anteriormente implica conectar lo desconectado. Una ciudad puede tener millones de activos desconectados: los bancos de un parque, las farolas (que podrían estar conectadas pero raramente lo están), las señales de tráfico, los elementos de protección, el estado de las aceras, el estado del asfalto, el estado de los árboles de un parque… Conectar todos estos elementos sería imposible y poco útil, pero chequearlos automáticamente sí es posible.

Hasta hoy todos estos elementos se controlan de una manera manual mediante un inventario. En muchos casos es difícil encontrar un inventario que se ajuste a la realidad. Además, como los distintos elementos son gestionados por distintas áreas del municipio, lo más probable es que cada área tenga su propio sistema de control. Las farolas, por ejemplo, suelen estar controladas por quien gestiona el suministro eléctrico, mientras que las señales de tráfico son gestionadas por quien se encarga de la movilidad y los bancos del parque por quien gestiona el mobiliario urbano.

Centrándonos en los elementos que afectan a la movilidad, la mayoría de las ciudades tienen una o varias personas contratadas para chequear que todo está correcto. Ser responsable de ese chequeo implica memorizar el inventario y ser capaz de detectar incidencias en elementos como señales de tráfico, protecciones, semáforos desconectados… Las dimensiones de esta labor se entienden mejor con una cifra: en una ciudad como Bilbao (de 41.6 km2 de superficie) hay 12.000 señales de tráfico.

La realidad es que en las señales de tráfico (como en otros muchos elementos en una ciudad) se produce el efecto del “elefante en la habitación”. En inglés, “elephant in the room” es una expresión que hace referencia a una verdad evidente que es ignorada o pasa inadvertida. Por delante de una señal rota, tapada o grafiteada pasarán, a lo largo del día, miles de vehículos y miles de ciudadanos pero, salvo que se trate de algo muy molesto o peligroso, nadie reportará. De hecho, antes de que lo detecte la persona contratada para ello o algún ciudadano especialmente responsable, habrán pasado por ahí vehículos que trabajan para el propio municipio (vehículos de limpieza, camiones de recogida de basuras, autobuses…) que no lo habrán detectado.

A pesar de que muchos Ayuntamientos han puesto en marcha aplicaciones móviles para el reporte de incidencias municipales, rara es la aplicación que logra un ratio de descarga superior al 1% de la población o un uso habitual de más del 0.2%. Estas aplicaciones sirven como cauce para la queja de los ciudadanos, pero no para el control de la ciudad.

La Inteligencia Artificial es la solución idónea para la detección de este tipo de incidencias. Una ciudad no puede contratar más personas para controlar elementos básicos pero necesita que esos elementos básicos estén controlados. La Visión Artificial permite el control de esos activos con una eficiencia muy superior a la de un humano, pero manteniendo su perspectiva. En el caso de señales de tráfico y otros elementos de protección en las calles, la perspectiva del vehículo o del peatón es importante. No tendría sentido analizar si las señales de tráfico se ven bien desde un dron o desde una cámara de vigilancia, porque lo único que importa es si se ven bien desde los vehículos. Por eso, la Visión Artificial a bordo de vehículos es un gran detector de incidencias.

Hoy en día es posible dotar a una flota de vehículos municipales de un sistema de Visión Artificial que supervise de manera automática múltiples elementos: las señales de tráfico, las protecciones, los semáforos desconectados u otros elementos que conforman la ciudad. ¿Cuál es la razón por la que no se aplica? ¿Desconocimiento? ¿Aversión a la Inteligencia Artificial? ¿Necesidad de modificar los procedimientos establecidos en la propia administración?

Las ventajas de usar Visión Artificial son evidentes: el coste es reducido y la eficiencia es mucho mayor. ¿Está tu ciudad en el camino de ser una Smart City de verdad?