A lo largo de la historia, las grandes evoluciones de la humanidad se han debido a cambios trascendentes en la matriz comunicación-energía-transporte. Un invento como la máquina de vapor, que supuso una revolución en la manera de crear energía, implicó a su vez el desarrollo de transportes como el ferrocarril y la aceleración de las comunicaciones entre ciudades alejadas.
Como explica Jeremy Rifkin en su libro “La sociedad de coste marginal cero”, los cambios en esta matriz comunicación-energía-transporte siempre producen un replanteamiento de los modelos de negocio en otros sectores. El flujo de ciudadanos o el cambio de sus hábitos repercute automáticamente en sectores como la construcción, la salud, en la gestión de las Administraciones Públicas e incluso en las fórmulas de gobernanza de los países.
Un aspecto común en todas las revoluciones industriales anteriores es que el detonante ha sido un invento o descubrimiento que en su momento parecía ser relevante solo en una pequeña parcela de la sociedad pero que, años más tarde, acababa repercutiendo en todos los sectores industriales. Otro aspecto común ha sido la oposición a la revolución, la resistencia de aquellos que tenían el control antes de la revolución y que no querían que cambiara dicho estatus.
La revolución de nuestros días se ha iniciado en la matriz comunicación-energía-transporte por el lado de la comunicación. La llegada de los smartphones, que surgieron como un desarrollo de la comunicación entre personas, ha derivado con las aplicaciones móviles de bajo coste hasta llegar a un estado de conectividad total que facilita al ser humano el acceso a la información y al control tanto de su entorno, como de aquello que tiene lejos, en todo instante y en todo lugar.
Como en toda revolución los primeros opositores son aquellos que ejercían el poder y control de la comunicación hasta ese momento. Las grandes operadoras de telefonía y los gestores de contenidos han buscado fórmulas para evitar la pérdida de valor de sus servicios. En Europa, las operadoras de telefonía han tratado de evolucionar de simples proveedores de infraestructura a proveedores de servicios multimedia ofreciendo contenidos como fútbol, cine, series… Pero esta estrategia expansionista típica del siglo XX se enfrenta a una competencia directa con empresas como YouTube, Netflix o Spotify, nacidas como startups, en las que la infraestructura no es lo relevante y los costes de inversión y operación son mínimos.
Los gestores de contenidos tradicionales, especialmente la prensa, también han tratado de protegerse de los agregadores como Google fomentando la creación de leyes nacionales que eviten el acceso gratuito a la información. En España, la Ley de Propiedad Intelectual supuso el cierre de Google News en España en enero de 2015. Siempre que se adoptan medidas restrictivas el resultado es un empeoramiento del propio negocio (la prensa española pasó a recibir un 10% menos de accesos el día que se cerró Google News y no ha recuperado los niveles anteriores a su cierre), una percepción negativa de esas empresas por parte de los usuarios y, mucho más importante aún, un estancamiento del país frente a los países del entorno.
Las compañías tradicionales siguen pensando que enfrentarse al cambio les puede salir rentable pero, como en toda revolución, su única opción es adaptarse o desaparecer. El invento de la conectividad total es lo suficientemente importante como para producir una revolución en las otras dos patas de la matriz comunicación-energía-transporte.
En transporte, la revolución aún no ha llegado pero estamos a punto de conocerla. La conectividad total combinada con los sistemas de posicionamiento, realidad aumentada y radar van a permitir el desarrollo de los coches de conducción autónoma. La conducción autónoma requiere una legislación muy diferente a la actual, con el consiguiente reto para los gobernantes. La diferencia con los otros sectores es que muchos de los principales actores de este sector están involucrados en esta revolución. Los fabricantes de coches han visto surgir compañías como Tesla o la propia Google, y saben que cuando lleguen los coches autónomos el mercado se reducirá enormemente en cantidad de vehículos producidos al año.
Los primeros que desarrollen la tecnología coparán el mercado y el resto desaparecerán o quedarán postergados a nichos de mercado, por lo que todos están trabajando para dar el salto. Como en toda revolución habrá sectores muy afectados, ya que se crearán nuevas profesiones pero habrá otras que desaparecerán, especialmente en los trabajos menos cualificados, como los conductores profesionales.
En energía, la capacidad de los usuarios de controlar un sistema de generación renovable distribuida va a empoderar a Administraciones, empresas o particulares, que van a ser capaces de generar y gestionar la energía que necesitan. Si esa energía es renovable su coste marginal será casi cero, una vez amortizada la inversión. El planteamiento es totalmente rompedor en un sistema actual en el que grandes compañías dominan su generación, transporte y distribución. Con la generación distribuida esa generación puede quedar en manos del usuario mientras el transporte y la distribución pasarán a ser prácticamente innecesarios.
Las inversiones no tienen que ser gigantescas sino locales con amortización a medio plazo, por lo que las startups y las cooperativas de usuarios pasan a ser competidores directos de las grandes compañías eléctricas. Las grandes empresas que controlan la energía son las primeras afectadas por esta revolución y algunas de las decisiones políticas de los últimos años como el llamado impuesto al sol (Real Decreto 900/2015) tratan de frenar esta revolución.
El “problema” de intentar frenar esta revolución es que los mismos políticos, apoyándose en los consejos de las grandes compañías eléctricas, acabarán legislando por el bien del Estado y de las propias Administraciones Públicas para no quedar en desventaja frente a otros países; en 2001 las Administraciones Públicas gastaron en España 3.150 millones de euros en concepto de energía. En esta revolución, como en la de la comunicación, otros países como Alemania han pisado el acelerador. Alemania ha logrado alimentarse energéticamente durante varios días de este 2016 en más del 80% mediante generación renovable.
El escenario actual en la matriz comunicación-energía-transporte supone un reto apasionante en el mundo de la innovación tecnológica, pero también supone una enorme responsabilidad para los gobernantes que tendrán que legislar con audacia en este momento cambiante.
En los próximos años se van a acrecentar las diferencias en la calidad de vida de los usuarios entre los países que encaren este reto, y los que simplemente esperen a que les sobrevenga. ¡El reto está ahí!
Las preguntas obvias en nuestro entorno son: ¿estamos dispuestos a afrontar esta revolución?, ¿vamos a liderar el cambio, o esperaremos a que el cambio se produzca en otros países?, ¿cómo nos vamos a posicionar en el enfrentamiento entre grandes compañías y startups?
IBON ARECHALDE